Te contemplo desde mi pórtico
Como te presentas ante mí…
Sin poder decir frase alguna.
Sin poder explicar nada, ni siquiera a tu atormentado corazón….
Vienes a mí,
Esperando que aquellas lágrimas vertidas queden en el olvido.
Que aquella tortuosa misantropía a la que me condenaste sólo forme una parte inerte de nuestra historia…
Hace mucho tiempo que le diste el golpe de gracia a mi corazón,
La estocada final que acabó con la alegría de mi ser.
Ahora sólo puedes percibir el amargo lamento de la lluvia,
El sonido de la sangre que brota incesante de mi corazón…
Triste coincidencia!; aquel lago carmesí muestra en cada ola tu rostro…
Puedes palpar aquella hendidura en mi pecho,
Hecha con la más afilada de las espadas: tu desprecio.
Vienes a mí y me abrazas,
Oprimes tu rostro a mi pecho y lloras…
¿Acaso no te das cuenta que en él no se siente latido alguno?
¿No ves el tono pétreo que ha tomado mi piel?
¿No notas que este cuerpo al cual te aferras es sólo la carcasa de un ser que ya no existe?
Vamos! Mírame a los ojos!
¿No ves que el brillo que tuvieron – el cual tu alguna vez comparaste con la más brillante de las estrellas – se ha ido?
Toma mis manos!
¿No sientes acaso esa marmórea sensación, aquel frío sempiterno que se ha apoderado de mi alma?
Besa estos labios… y sabrás que sólo he bebido del salino néctar del dolor y la desesperanza…
Al verte desaparecer por aquella puerta
Me doy cuenta que te llevaste todo de mi.
Antes… mi corazón, mis sueños y esperanzas,
Mis anhelos y deseos más profundos.
Ahora te llevas mi dolor, mi soledad,
Mi amargura y mi desprecio…
En verdad te has llevado todo de mí…
Sólo tengo aquel luctuoso sendero que me llevará al descanso eterno…
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